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Acualidad

¿Cuál es el rumbo del fútbol femenino en Colombia tras el Mundial?

Hoy es momento de celebrar, de agradecer, de renovar la fe, de llenar el corazón con un profundo y sentido ‘gracias’. Son tan pocos los espacios para eso que rechazar este es un auténtico desperdicio. Pero justo después del destello del flash será momento de preguntarse ¿qué estamos celebrando exactamente?. A riesgo de sonar aguafiestas, que el árbol no tape el bosque.

Ese árbol lo plantó la Selección Colombia Femenina en todo el centro del jardín que es nuestro fútbol local, visible para todos, inevitable. Sus ramas traen la primera clasificación de la historia a los cuartos de final de un Mundial de mayores, la figura enorme de Linda Caicedo en las portadas internacionales, la magia con la pelota que es sello del equipo nacional y que sedujo a no pocos hinchas locales, plegados a la hipnosis del fútbol que nos hizo madrugar y trasnochar sin quejarnos por ellas, con ellas.

Es tan grande que es difícil dejar de mirarlo. Pero, para bien y para mal, es como el caballo de Troya, imponente y atractivo, pero con la peor amenaza en su interior. ¿Estamos seguros que lo que corresponde hoy es celebrar y no reflexionar? La respuesta es ¡sí! Acaba de desbloquearse un nuevo nivel en el escenario internacional y, como no nos había pasado nunca antes, el país se tatuó los nombres y los goles de sus estrellas para no olvidarlas. Eso no merece menos que los actuales y sucesivos homenajes. Y sí, la prisa de la felicidad no puede relegar la discusión sobre la realidad de abandono que vive el fútbol femenino en Colombia por culpa, quién lo diría, de su propia liga profesional.

Sensación de desamparo


Mientras las jugadoras van a los banquetes, afuera, mirando por la ventana, sin recibido ni siquiera esperar una invitación, están los que hicieron el ‘trabajo sucio’ de su formación, sin una sola tajada del pastel.

La realidad es que el fútbol femenino del que hoy presumimos está podrido en la raíz. En la búsqueda de información nadie quiere atribuirse la queja común por un asunto de supervivencia. Pero todos lo ven igual: cuando en 2017 nació la Liga colombiana empezó la agonía del fútbol aficionado, nada menos que la base de la que provienen las Caicedo, Usme, Guzmán, Vanegas… todas las estrella de hoy.

La desidia de la FIFA para reglamentar los traspasos de las futbolistas hace que la dirigencia nacional no tenga ninguna obligación. Las jugadoras firman bajo promesas de dos o tres meses de contrato y se van a veces hasta sin renunciar. Así, esos clubes que antes tenían al menos un torneo nacional y unos incentivos de Difútbol, hoy sobreviven por la terquedad de sus dueños y las cuotas de papás de niñas que sueñan con ser profesionales.

Como no hay contratación formal sino pírricos premios por torneo jugado, las futbolistas se van tras el mejor postor, como corresponde a cualquier profesional. Suena odiosa la comparación, pero es como si a Envigado no le permitieran cobrar por la formación de los James, Quintero, Gio Moreno, etc… sería, con mucha suerte, un club muy ‘cool’ pero no un negocio.

Los clubes de la A y la B se llevan las jugadoras formadas y también ellos las pierden: esos contratos tan inestables -salvo casos como Millonarios, América, Santa Fe y Nacional con algunas jugadoras, no todas, hacen que, cuando vienen empresarios y ofertas del exterior, se las lleven. La única excepción fue Leicy Santos, pero 10.000 dólares de transferencia es casi nada comparado con los gastos de funcionamiento de un equipo. Sin patrocinio oficial ni dinero de traspaso no se invierte un peso en el fútbol base. ¿Para qué si no hay retorno? Así es como el talento más joven se pierde, tal como denunció Catalina Usme desde Australia.

Y sí, una Liga de verdad, con dos torneos al año, con descensos, con espacios para clubes aficionados y profesionales, sería un principio de solución pero la decisión ni siquiera es de la dirigencia colombiana sino de la FIFA. “El fútbol tiene dueños”, diría Ramón Jesurún, presidente de la FCF hace un tiempo. Y a ellos les convienen las competencias cortas y poco sostenibles pues, al final, al menos permite limitar las pérdidas. Es el hamster en su ruleta hasta que por fin se agota.

Y el momento para discutirlo no es otro, es este, en medio de las fotos y los abrazos, en plena fiesta, a la vista de todos. Cuando las protagonistas dicen que la lucha sigue, no mienten. A pesar de haber crecido y ganado tanto, el enemigo es gigante y vive en casa. No falta mucho, falta todo por hacer. Suerte que son mujeres. De otra manera la batalla se habría perdido hace años.

FUENTE FUTBOL RED