El fruto descubierto en Mutatá que es una promesa para la humanidad
Esta es la planta que descubrió Álvaro Cogollo cuando subía a la serranía del Abibe, en Mutatá.
Álvaro Cogollo habla con la cadencia de uno de los juglares vallenatos que tanto admira. Como un cantor, narra cada detalle del acontecimiento. Eran las 2:00 de la tarde y acababa de almorzar un tamal. El cielo amenazaba con desgajarse en un aguacero tropical. Él y sus compañeros subían a la serranía del Abibe, atravesando lomas y quebradas. En un momento, el camino se bifurcó y hubo que tomar una decisión. Por la premura del agua que venía, eligieron el trayecto corto. Entonces, después de una curva, asomó una planta extraña, de frutos ovalados, casi insinuantes. Y estalló el júbilo.
La planta era del género Caryodendron, que conoce bien el botánico, pero difería de las cinco especies ya reportadas. Aunque se parece al Inchi, la mirada aguda del experto determinó, de inmediato, que era algo diferente: “¿Cómo? ¡Una nueva especie!, grité. Ese fue el trofeo de la expedición”.
De las cinco especies del género, solo dos están reportadas en Colombia. Una encontrada en el Amazonas y el Magdalena Medio, y otra en Chocó, en los límites con Panamá. La que encontró Cogollo subiendo al Abibe, en Mutatá, queda en medio de las dos reseñadas. Y, aunque pueda parecer un hallazgo ordinario, el botánico explica que es un hecho “prometedor para la humanidad”.
Cogollo utiliza verbos muy particulares como “montear” o “patonear”. Desde 1979 se ha sumido en las selvas del país, atravesando cordilleras y enfrentando enfermedades tropicales. Ha andado y desandado bosques que parecían infranqueables, ocupados por la guerrilla o enmarañados y jamás pisados. En esas correrías ha descubierto muchas especies, pero dice que la de ahora lo llena de entusiasmo: “Todas las plantas son importantes, por supuesto, pero hay unas que ofrecen más beneficios. La alegría de este hallazgo no se me quita porque esta nueva especie es una promesa para la humanidad, con un potencial grandísimo”.
Cogollo explica que, sin tener todavía el examen taxonómico, la fruta es comestible y de ella puede extraerse un aceite nutritivo. Por eso dice que podría ser un aporte alimentario a la humanidad. Lo curioso es que nadie en la zona parece enterado de sus propiedades. Cuando el botánico preguntó por la fruta, nadie supo dar razón. Como la gente no la conoce, y en el monte hay que desconfiar de los frutos venenosos, parece que no ha llamado la apetencia de los pobladores. Pero su potencial alimenticio es innegable y eso es lo que Cogollo tiene que probar ahora.La expedición
El descubrimiento de Cogollo está enmarcado en una investigación etnobotánica que adelantan la Universidad de Antioquia, el Tecnológico de Antioquia y que tiene apoyo de expertos costarricenses. Todo un grupo de especialistas en fauna y flora se han volcado a Mutatá y Dabeiba, una zona de exuberancia natural, para encontrar plantas con propiedades antiofídicas, es decir, que contrarresten los efectos de la mordedura de serpientes venenosas.
Esa es una zona privilegiada por la naturaleza. Está en medio del cañón del Río Sucio, que baja en busca del Atrato, del Nudo del Paramillo, que se alza hasta más de 3.000 metros sobre el nivel del mar, y del Valle del Cauca, por el otro lado. Los vientos cálidos permiten que en zonas altas y templadas, más allá de los 1.000 metros sobre el nivel del mar, haya fauna ponzoñosa como alacranes y arañas.
La investigación intenta penetrar en zonas antes cercadas por el conflicto armado, muy poco estudiadas. “No se ha estudiado mucho el tema de las arañas y los escorpiones en Colombia. Hay cerca de 200 especies reportadas por la comunidad con propiedades antiofídicas, nuestro trabajo es recolectarlas, llevarlas a laboratorio y comprobar cuáles de ellas tienen efectos reales”, explica Marcela Serna, líder de la investigación. En las correrías por las selvas de Urabá se ha incluido a las comunidades. Por ejemplo, los expertos han escuchado cómo, con amarres y plantas, los campesinos se meten al monte y hacen conjuros contra los duendes que los quieren envolatar. “Hay que escucharlos, aprender de ellos”, comenta Cogollo.
El botánico, nacido en San Pelayo, Córdoba, seguirá monteando, como lo ha hecho desde 1979. La conversación, la historia bien contada, detallada, es otro de sus talentos, el mismo que comparte con los juglares vallenatos, su otro amor después de las plantas
Álvaro Cogollo habla con la cadencia de uno de los juglares vallenatos que tanto admira. Como un cantor, narra cada detalle del acontecimiento. Eran las 2:00 de la tarde y acababa de almorzar un tamal. El cielo amenazaba con desgajarse en un aguacero tropical. Él y sus compañeros subían a la serranía del Abibe, atravesando lomas y quebradas. En un momento, el camino se bifurcó y hubo que tomar una decisión. Por la premura del agua que venía, eligieron el trayecto corto. Entonces, después de una curva, asomó una planta extraña, de frutos ovalados, casi insinuantes. Y estalló el júbilo.
La planta era del género Caryodendron, que conoce bien el botánico, pero difería de las cinco especies ya reportadas. Aunque se parece al Inchi, la mirada aguda del experto determinó, de inmediato, que era algo diferente: “¿Cómo? ¡Una nueva especie!, grité. Ese fue el trofeo de la expedición”.
FUENTE EL COLOMBIANO