La historia del cultivo de flores de La Ceja en el que trabajan entre ramos y lenguaje de señas
Compañía floricultora de Oriente decidió contratar a personas con discapacidad, a Lgbtiq+ y migrantes. Idea resultó exitosa.
En sus 31 años, John Kennedy Durán Jiménez, un migrante venezolano y miembro de la comunidad Lgbitq+, nunca imaginó que sus manos terminarían dándole forma a los coloridos ramos de flores que desde el Oriente antioqueño salen a grandes almacenes de Estados Unidos como Walmart, Costco y Sprouts.
La conversa con John es lenta y espaciada. Pero él no lo hace adrede, de hecho el diálogo es a través de la intérprete de señas Ana María Castro, porque él también es sordo, así como 80 de sus compañeros que trabajan en Flores Isabelita, una empresa floricultora de La Ceja que le apuesta a la inclusión de población diversa generalmente marginada por el sistema laboral tradicional.
Luego de migrar desde Barquisimeto y terminar sus estudios de bachillerato en Colombia, John llegó a la empresa hace tres años a través de una convocatoria laboral. Era la primera vez en toda su vida que John lograba conseguir trabajo. Aunque le toca viajar desde Bello, John dice que no se cambia por nadie. “Aunque hay días duros —sobre todo en temporada o cuando toca manipular ramos muy grandes—, el ambiente laboral es excelente”, dijo en señas.
Yolanda Cardona, analista de Gestión Humana, explicó que la empresa asumió de la mano de Comfenalco y Comfama la iniciativa de incluir en sus filas de trabajadores personal de población diversa o con alguna discapacidad. Cardona cuenta que la tarea se ha hecho desde 2016 y en ella también se ha cumplido el compromiso de sensibilizar al resto del personal, así como clientes, proveedores y la comunidad de la vereda El Yarumo donde queda la planta.
Hoy en Flores Isabelita hay también 20 trabajadores con discapacidad cognitiva, 67 operarios migrantes y 27 funcionarios de la comunidad Lgbtiq+. En total, dichos trabajadores son casi el 30% de los 650 empleados de la planta en la que también hay 150 madres cabezas de hogar.
“Este programa no solo nos permite visibilizar estos talentos que han sido vulnerados, sino que también permite construir un tejido social en el que ellos se sientan aceptados e incluidos. Este programa nos ha llevado a ser más creativos en nuestros propios procesos productivos y también a dar una mirada más simple a la vida”, apuntó.
Otra de las trabajadoras de Flores Isabelita es Daniela Botero Tobón, una joven de 22 años diagnosticada con una discapacidad cognitiva. Ella ya ajustó siete meses en la planta. Con una emoción que contagia, Daniela cuenta que llegó allí gracias a un convenio con la Unidad de Atención Integral de La Ceja. Por sus sobresalientes calificaciones en las prácticas con esta institución, pudo vincularse en la empresa.
Dice que le gusta mucho trabajar en la floricultora porque la tratan muy bien, aprende mucho y porque está en contacto con las rosas —sus flores preferidas— de las que dice que, mirándolas bien, se le parecen a una mujer.
Aunque la analista Cardona señala que estos siete años de vincular personal diverso ya han calado en el ADN de Flores Isabelita, también admite que el proceso, al principio, tuvo serias dificultades.
“Tuvimos momentos de frustración porque pensamos que no íbamos a ser capaces. Pero gracias al acompañamiento y voluntad desde la gerencia, logramos demostrar que sí se puede. Ya no hablamos de esto como un proyecto sino como algo ya interiorizado”, añadió.
Pero las cosas como son, por muy loable que sea un esfuerzo de este tipo, sino es rentable no se puede sostener. Por eso, en la empresa la productividad de los trabajadores diversos debe ser igual que el de sus compañeros. Para esto ha sido clave el papel de las cajas y sus agencias públicas de empleo. La unión ha permitido que la inclusión siga floreciendo. Por fortuna, los empleados han respondido y el desempeño obtenido, según sus patrones, ha sido positivo.
Desde 2009 Comfenalco trabaja por la inclusión laboral y la diversidad. En esos primeros esfuerzos participó en el proyecto Pacto de Productividad para personas en situación de discapacidad. Esta era una alianza con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Fundación Corona, la Fundación Saldarriaga Concha y otras entidades que buscaban disminuir la exclusión que enfrenta esta población en el ámbito empresarial. Gracias a estos esfuerzos de empleo incluyente se ha logrado conseguir trabajo a 1.245 migrantes, a 554 personas con discapacidad y a 500 reintegrados y a 5.086 mujeres, muchas de ellas madres cabezas de hogar.
Una de ellas es Martha Buitrago Ríos, de 37 años, y quien ya ajustó siete en Flores Isabelita. Según comentó, gracias a la estabilidad laboral, y a una serie de auxilios que ha tenido de la empresa y de Comfama, está próxima a cumplir el anhelo de muchos: culminar sus estudios y completar el pago de su casa propia.
Sobre el hecho de trabajar con personas con discapacidad, Martha apuntó que tras adaptarse ahora le resulta algo natural. “Yo pensaba que iba a ser más complicado porque uno no comprende el lenguaje de señas, pero ellos se hacen entender y nosotros nos hacemos entender. Ellos son muy formalitos y acá somos muy unidos y nos respetamos”, agregó.
Ante la contundencia de los buenos resultados y el óptimo ambiente laboral, en Flores Isabelita seguirán empleando población diversa, porque han descubierto que así también contribuyen a los anhelos de sus empleados de pensar en un futuro más promisorio gracias a este empleo, que para muchos es el primero en sus vidas. “Es muy satisfactorio que ellos puedan cambiar su calidad de vida y que nosotros, junto a las cajas, la alcaldía y las instituciones educativas, podamos aportar más allá que con una mera retribución económica”, añadió Cardona.
En los overoles de los operarios de Flores Isabelita hay varias frases positivas que exaltan valores empresariales. Una de ellas, tan suave como un pétalo, pero tan fuerte con su significado, es el resumen de toda esta historia, pues dice: “las diferencias nos enriquecen y el respeto nos une”.
FUENTE EL COLOMBIANO